Lo personal es político: Diego Barrera habla de amor, pérdida y libertad

Cuando Diego Barrera habla de música, no lo hace pensando solo en ritmos o bajos; habla de emociones, de transformación y de verdad. Nacido en Perú y criado entre jazz, salsa, heavy metal y electrónica, su conexión con el sonido comenzó como una respuesta íntima al mundo que lo rodeaba. Desde que tocaba trompeta en la banda de jazz del colegio hasta que escondía un controlador en su mochila para animar fiestas caseras, su camino siempre ha estado impulsado por una inquietud creativa que no conoce descanso. A los 12 años, cuando la mayoría de chicos recién descubren caricaturas o deportes, Diego ya estaba moldeando sonidos, buscando algo que aún no sabía nombrar —una libertad que más adelante se convertiría en el latido de su música.
En su obra hay una urgencia y una intimidad palpables —como si cada track fuera una página arrancada de un diario. Su remix para Yoshitoshi Recordings lo puso en el radar internacional, pero en lugar de seguir una fórmula, Diego expandió su visión artística: se volcó al performance en vivo, a contar historias con emociones crudas y a experimentar sin miedo con nuevas texturas sonoras. Para él, el estudio no es solo un espacio de trabajo, sino un santuario donde se materializan sentimientos, donde el desamor, la alegría o la rabia social encuentran voz.
Pocas piezas encapsulan esa dualidad con tanta fuerza como Libertad —una canción que nace del dolor íntimo y de la agitación colectiva. Compuesta desde el sofá de un departamento en el extranjero, mientras las protestas incendiaban las calles de Perú, Libertad se convirtió en un grito por justicia y también en un proceso de sanación. Su alcance global —con apoyo de artistas como Carlita, DJ Tennis, Arcángel y Martin Garrix— es prueba de su capacidad para convertir una emoción personal en una experiencia compartida. No es solo un tema para la pista —es una catarsis, una liberación, una forma de reclamar espacio.
Hoy, en un nuevo capítulo de su trayectoria, Diego sigue evolucionando: explora texturas orgánicas, colaboraciones multiculturales y narrativas más profundas. Pero hay algo que permanece intacto: su compromiso con la autenticidad. En un mundo de tendencias y ruido constante, su música nos recuerda algo más silencioso pero infinitamente más poderoso: que detrás de cada drop, cada build-up y cada pausa, hay una persona real intentando entender el mundo. Y al hacerlo, nos ayuda a entendernos también.
Tu viaje comenzó notablemente temprano, con solo 12 años — una edad en la que la mayoría de los niños apenas empieza a descubrir quiénes son. ¿Puedes llevarnos a ese momento? ¿Qué fue lo que te habló del DJing por primera vez, y cómo influyeron tus primeros entornos — culturales, emocionales o musicales — en el artista que terminarías siendo?
Mi viaje en la música empezó muy pronto. De niño tocaba la trompeta en la banda de jazz del colegio, y enseguida me volví adicto a descubrir todo tipo de música. Me obsesionaban tanto el sonido como el arte visual — la pintura también era una gran pasión para mí. Exploraba desde salsa hasta heavy metal. Un día, descubrí a Daft Punk y Deadmau5. Sus sintetizadores y baterías electrónicas me volaron la cabeza. Ahí fue cuando descargué mi primer DAW, hice mis primeros beats y cambié la trompeta por un controlador de DJ.
Me inspiraban mucho festivales como Sensation White y Creamfields, tanto que empecé a llevar mi controlador y mi laptop en la mochila del colegio para tocar en cumpleaños o fiestas de Halloween de mis amigos — esas fueron mis primeras “raves”. Recuerdo producir música todas las mañanas en el bus camino a clase, completamente obsesionado. Era un niño muy sensible que se preguntaba por qué los atardeceres me emocionaban o por qué los días de lluvia me ponían melancólico. Creo que aprendí, de forma natural, a procesar mis emociones a través del arte.
Sin darme cuenta, ya estaba pinchando en eventos escolares, después en fiestas de chicos mayores, y pronto, en clubs de verdad. No sabía a dónde me iba a llevar todo eso, pero sí sabía que esa era la vida que quería.
Uno de tus primeros grandes momentos como productor llegó con un remix lanzado en Yoshitoshi Recordings, con el apoyo de Sharam — un hito para cualquier talento emergente. ¿Cómo influyó ese éxito temprano en tu propósito dentro del estudio? En retrospectiva, ¿crees que ser reconocido tan joven te ayudó o te desafió de formas que no son tan obvias?
Todo cambió muy rápido — fue como subirme a un jet supersónico. Un día era solo un productor underground experimentando con mi sonido, lanzando cosas pequeñas, y al siguiente, tenía un remix en Yoshitoshi y estaba incluido en un VA junto a leyendas como Steve Lawler, THEMBA, Sharam, Reinier Zonneveld y Mathias Kaden. Ver mi nombre junto al de ellos fue surreal — como un sueño hecho realidad.
Ese reconocimiento temprano me dio un gran impulso de confianza y me hizo querer explorar nuevas direcciones creativas. Por ese entonces decidí ir más allá de los DJ sets tradicionales y meterme de lleno en el performance en vivo. No se trataba solo de añadir elementos, sino de desafiarme a mí mismo y reimaginar cómo podía presentar mi música en el escenario. Ese momento expandió mi visión artística y me motivó a seguir evolucionando en el estudio.
Todo artista llega a ese punto de inflexión en el que su obra empieza a sonar como él mismo — cuando la técnica se transforma en voz. Mirando atrás, ¿hubo una canción, un periodo o un estado emocional que marcó ese cambio para ti? ¿Cuándo dejó tu sonido de ser una herramienta y empezó a ser una forma de expresión personal?
Ese punto de inflexión fue mi remix de The Flying Song. Fue la primera vez que sentí que me estaba expresando de verdad, y no solo haciendo música para practicar o explorar.
En ese momento vivía en Argentina, lejos de casa, conociendo una nueva cultura y trabajando sin parar en el estudio. Recuerdo haberme quedado dormido sobre el teclado del cansancio. Ese remix se convirtió en un reflejo de esa etapa de mi vida — llevaba consigo todo el peso emocional de ese tiempo.
Desde entonces entendí que no se trata del género ni de las herramientas. Mi sonido es mi historia. Cada track que lanzo tiene una parte de mí — siempre es personal, siempre es honesto.
Con más de una década en la escena, has sido testigo de muchas fases en la música electrónica — estilísticas, culturales, incluso políticas. ¿Cómo navegas esa constante evolución sin perder tu verdad artística? ¿Hay valores o elementos sonoros que consideras innegociables dentro de tu identidad?
Todo ha cambiado desde que empecé — especialmente el papel de las redes sociales. En aquel entonces, la mayoría de los DJs ni siquiera tenían presencia online, sobre todo en Perú. Los DJs underground éramos un nicho. No era algo de moda — lo hacíamos por amor a la música y a la comunidad.
Hoy en día, si no tienes redes, es difícil conseguir bookings. Pero yo lo veo como una herramienta, no como un problema. Las redes han abierto muchas puertas — te permiten construir una comunidad y compartir tu arte sin necesidad de un sello o un promotor.
La clave para mí es mantenerme fiel a mí mismo. He cambiado estrategias con el tiempo, pero hay algo que no cambia: no hago nada solo porque esté de moda. Todo lo que comparto tiene que reflejar quién soy como artista. Eso es innegociable.
Tus producciones suelen sentirse cargadas emocionalmente, como si cada track contara una historia o lanzara un mensaje más allá del ritmo. ¿Hasta qué punto ves la música como un vehículo para el relato o la reflexión, y qué temas, luchas o recuerdos tienden a aflorar más naturalmente cuando estás creando?
Mi música siempre nace de la emoción. Solo lanzo temas con los que me conecto profundamente. Para mí, la música es una forma de contar historias — puede capturar desde el desamor y la nostalgia hasta la alegría y la celebración.
Revisar mi catálogo hoy en día es como leer mi diario. Algunos tracks son muy directos, otros solo yo sé lo que significan. Me encanta usar elementos poéticos y emocionales dentro de tracks de club — quiero que la gente baile, sí, pero también que sienta algo más profundo.
Me inspiro en relaciones personales, momentos sociales o políticos, en el tiempo con mis seres queridos, o incluso en algo tan simple como una caminata por el parque. No hay límites — pero siempre hay un significado.
“Libertad” destaca no solo como tu tema más escuchado, sino como una obra profundamente personal, nacida del malestar político. ¿Podrías contarnos sobre el clima emocional y social que llevó a su creación? ¿Qué ocurría a tu alrededor — y dentro de ti — que hizo que este track fuera necesario en ese momento?
Libertad es un tema intensísimo para mí porque nació de dos tormentas personales que ocurrieron al mismo tiempo. Acababa de pasar por mi primera ruptura mientras vivía en el extranjero. Habíamos vivido juntos, y cuando ella se fue, ni siquiera podía dormir en mi cama — se sentía demasiado pesada. Pasé una semana durmiendo en el sofá, solo con mi laptop. Estaba destrozado y lidiando con ese silencio que queda después de que el amor se va. Y entonces, de la nada, estalló una crisis política en Perú. La gente salió a protestar, hubo violencia, se incendiaron edificios, y mi familia estaba justo en medio de todo eso.
Nunca había vivido algo así — el miedo, la incertidumbre, la rabia. Me sentía completamente impotente y preocupado.
Ahí fue cuando Libertad empezó a tomar forma. Comencé ese track justo ahí, en ese sofá, en ese momento tan vulnerable. Era la única forma que tenía de procesarlo todo a través del sonido. El mensaje detrás de Libertad no es solo político. También es profundamente personal. Habla de luchar por ese tipo de libertad que cuesta algo.
Sí, habla de la lucha colectiva por la justicia y la esperanza frente a la opresión. Pero para mí, también fue una lucha íntima. Fue la libertad de dejar ir a alguien a quien amaba, de mantenerme fiel a mí mismo aunque doliera. Por eso el track resonó tanto: porque lleva ambas libertades — la que luchamos en sociedad, y la que luchamos dentro de nosotros mismos.
El título “Libertad” ya por sí solo tiene un peso enorme — la libertad como concepto universal, pero también como algo profundamente personal y contextual. ¿Qué significa la libertad para ti en el contexto de tu vida y tu trabajo? ¿Y cómo exploras esa idea musicalmente — en el tono, la estructura o la energía?
La libertad no es solo un concepto para mí — es el núcleo de quién soy y de todo lo que creo. Es, literalmente, la razón por la que hago música.
Desde pequeño, la sociedad siempre intentó ponerme límites. Me decían que hacer música era un pasatiempo, que ser DJ no era una profesión “de verdad”, que debía enfocarme en algo más “productivo”. Pero siempre fui terco — y me enorgullece serlo. Supe desde muy joven que no quería vivir una vida que no sintiera como mía.
La libertad, para mí, es elegir tu camino incluso cuando es el más difícil. Es despertarte y decidir que tus sueños son válidos, que tus emociones importan. Es tener el coraje de soltar lo que ya no te sirve, aunque duela. Y eso es exactamente lo que intento transmitir con mi música.
A nivel sonoro, exploro esa idea a través de los contrastes — suavidad e intensidad, tensión y liberación, luz y sombra. Me gusta crear tracks que te hagan recorrer un viaje emocional. Ya sea en la estructura, en el groove o en la energía, quiero que la gente sienta esa sensación de romper cadenas. Porque cuando estoy detrás de los platos o en el estudio, es cuando pienso con mayor libertad — y solo quiero compartir ese sentimiento con los demás.

La acogida global de “Libertad” por parte de DJs de primer nivel y del público demuestra que el mensaje conectó. ¿Cómo fue ver que algo tan íntimo se volviera tan universal? ¿Y eso cambió tu forma de entender el rol de tu música, más allá del entretenimiento, como una herramienta para el diálogo emocional o incluso político?
Me siento profundamente agradecido. Al principio tenía dudas — no quería que la gente malinterpretara el mensaje. Pero después entendí lo hermoso que es que personas de diferentes partes del mundo conectaran con Libertad desde sus propias experiencias.
Ver a artistas como Carlita o DJ Tennis apoyar el track fue un sueño. Y luego ver a otros fuera del circuito underground, como Arcángel o Martin Garrix, también sumarse… fue surreal.
Me recordó que ser fiel a mi historia tiene poder. Cuando algo tan personal se vuelve universal, queda claro que la música puede abrir conversaciones emocionales —incluso políticas— que cruzan fronteras.
Mirando hacia el futuro de tu carrera, ¿cuáles son los próximos territorios creativos que te entusiasma explorar — ya sea en diseño sonoro, performance en vivo, colaboraciones o narrativa? ¿Hay ideas o visiones que venías guardando y que ahora sentís que es el momento de mostrar al mundo?
En este momento estoy explorando colaboraciones con vocalistas y músicos de distintas partes del mundo.
Estoy experimentando con sonidos más orgánicos y texturas nuevas — fusionando música electrónica con influencias culturales que aún no había explorado. Algunos de estos proyectos saldrán pronto a través de Glasgow Underground. Me emociona mucho mostrar este nuevo lado de mi sonido — siento que es el momento justo para compartirlo.
Más allá del género o estilo, muchos artistas tienen una brújula emocional o filosófica que guía su trabajo. Si hay un mensaje, una energía o una verdad que te gustaría que la gente se lleve consigo después de escuchar tu música —ya sea en una pista llena o en soledad—, ¿cuál sería?
Que siempre busquen su libertad. Que no se tomen la vida tan en serio. Y que creen recuerdos haciendo lo que aman, con la gente que realmente importa — porque, al final del día, eso es lo único que nos queda.
MIS REFLEXIONES
Cerrar esta conversación con Diego Barrera se siente como despertar de un sueño del que no querías salir—un sueño cargado de fuerza, belleza y alma. Hablar con él no se parece en nada a una entrevista tradicional; es más como sentarte frente a un arquitecto espiritual. Diego no hace música: la invoca. Cada palabra, cada sonido, cada gesto está tejido con intención, con algo antiguo y al mismo tiempo urgente. Y tiene la capacidad de contener, en un mismo aliento, tanto el dolor como el gozo de estar vivxs. No imaginaba que esta charla me iba a atravesar de esta manera.
Lo que más me conmueve es su compromiso absoluto con la sacralidad de las vidas queer y trans. No desde un lugar simbólico o de cara a la galería, sino desde una verdad cruda, visceral, que se siente en la piel. Diego no crea para encajar en la industria; construye un nuevo altar para quienes hemos sido marginadxs, invisibilizadxs o reducidxs a estereotipos. Su voz no habla solo por él: lleva consigo a sus ancestrxs, a su comunidad, y una determinación feroz por no ser silenciado. Nos recuerda, a mí y a muchxs, que sanar no es un camino recto, y que la rabia y la belleza pueden—y deben—habitar el mismo espacio.
Hay algo muy poderoso en cómo Diego sostiene las contradicciones: es tierno y peligroso a la vez, erótico y espiritual, vulnerable pero también lleno de coraje. Cuando habla de ritual y sonido, no lo hace desde la teoría, sino desde la experiencia vivida, desde el cuerpo. Escucharlo te dan ganas de vivir con más verdad, con más presencia, con más conexión. Su arte es daga y bálsamo, exorcismo e invitación. Uno se va de su mundo sintiéndose visto de una forma que no sabía que necesitaba.
Y aquí me quedo, con sus palabras resonando en el pecho, sabiendo que esta conversación va a quedarse conmigo por mucho tiempo. Diego Barrera no solo crea música o performance—abre portales. Y si entras en ellos con el corazón abierto, quizás salgas del otro lado un poco más despiertx, un poco más tocadx… y mucho más vivx.